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Un pensar por desear

Textos argumentativos enviados

sábado, 7 de junio de 2008

Biocombustible


Frente a las crisis energéticas vividas en el último tiempo, una de las respuestas emergentes ha sido la de la utilización de biocombustibles.Se denomina biocombustible a cualquier tipo de combustible derivado de la biomasa [organismos recientemente vivos o sus desechos metabólicos] y en la actualidad se considera como una de las opciones que puede sustituir a los combustibles fósiles. Aunque esta sustitución constituya una ayuda existen graves inconvenientes sociales y ambientales que permite afirmar que es necesario detener el desarrollo de las tecnologías basadas en la utilización de biocombustibles.

Paulina Valenzuela, 3ªA

¿Pensamos en todos los estudiantes?

Es lamentable la condición actual de la educación chilena, aunque últimamente los estudiantes salen a la calle porque están relativamente informados, sin embargo hay estudiantes que ni siquiera logran desarrollar la capacidad de reclamar, como son los de colegios corporativizados, si existiera un cambio en esta área de la educación no prevalecerían tantos problemas con el ingreso a universidades, cesantía y delincuencia, debido a que son los estudiantes de estos colegios los de mayores problemas de empleo, pues la baja calidad de educación entregada en sus colegios poco prestigiosos, hacen que terminen como júnior o delinquen, porque durante su enseñanza media fueron estafados por estas millonarias corporaciones que nadie regula, además tenemos que tener en cuenta que en Chile se necesitan tantos técnicos como universitarios.

Así las cosas, dejamos en claro que debemos pedir por el mejoramiento educacional y por aquellos que ni siquiera tienen voz, pues en Chile “el que no llora no mama y el que no mama es un gil”.

Francisca Córdova, 3ºA

Gerente General del Aire

En vista de los múltiples errores cometidos por el gobierno en términos ambientales, se ha decidido generar el cargo administrativo de Gerente del Aire. Dichos errores se han generado, según el gobierno, por la utilización del modelo Cassmasi, que tiene una eficiencia del 50 por ciento.Sin embargo, el hecho de necesitar un especialista en materia de ambiente o un mejor modelo de pronóstico, no significa que se deban generar puestos de trabajo para las labores particulares de la Ministra de Medio Ambiente. Es debido a esta incompetencia, que se deberá incurrir en gastos tanto de implementación del cargo, como también en la paga del sueldo de quien se lleve la responsabilidad de él. Lo cual en la situación actual del país no resulta ser una solución factible. Por lo tanto, ¿Es necesario un Gerente General del Aire?

Lady Figueroa, 3ºD

Publicado por Academia Filosofia en 18:25 0 comentarios  

Envío de textos para concurso de Debate

Saludos,
A partir de la sesión del día viernes 6 de Junio es que se llegó al acuerdo de subir al blog información para que las interesadas en participar en el concurso de debate pudieran enviar sus textos al mail y ser evaluadas por el criterio del profesor, mencionado en los requisitos del mail anteriormente mandado. Las especificaciones para estos textos siguen teniendo las exigencias que se describen en el mail, aunque una extensión de 100 a 150 palabras. Además se reitera que debe ser un texto con argumento y postura clara acerca del tema.

Los mails con el texto se recibirán hasta el día domingo 8 de Junio a las 00:00.

En la sesión expusieron 3 niñas, aún no se delibera cuáles estarán dentro del grupo.
Las postulantes que sean elegidas por el texto enviado al mail deberán presentar su tema a la academia el día miércoles 11 de Junio.

Nota: Acerca del lugar y día en que se realizarán las sesiones, quedamos de acuerdo en que sólo serían los días miércoles, pero de producirse una eventualidad del tipo toma dentro del colegio podríamos juntarnos en el café literario o pedir permiso a las alumnas que se han tomado el colegio, por una sala. La hora no está bien especificada, pero tal información será revelada en un mail tras haber discutido el problema con el profesor.


Atte,
Vicepresidenta

Publicado por Academia Filosofia en 17:59 0 comentarios  

Sesión 4 de Junio suspendida. Reemplazo sesión extraordinaria 6 de Junio

martes, 3 de junio de 2008

Estimadas.
En virtud de la situación por la que atraviesa el país, mañana será complejo sesionar como corresponde. En virtud de los antecedentes que he podido recabar del Liceo y sus movilizaciones he estimado necesario hacerles un llamado imperativo a reunirnos este Viernes 6 de Junio a las 16.35. Los detalles de este llamado y las razones las detallo a continuación.
1. La reunión será este Viernes 6 de Junio a las 16.35 en el lugar habitual (Sala de Proyecciones). De producirse alguna eventualidad que impida disponer del Liceo (toma, por ejemplo) sesionaremos en un lugar alternativo que podría ser el Café Literario de Bustamante o algún lugar ad-hoc y cercano que les comunicaré en dicho caso por este medio y por el Blog.
2. La actividad a realizar será la selección de las interesadas en participar del 6to Interescolar de Debates a desarrollarse entre Agosto y Septiembre de este año en la UNAB. Para ello las intereresadas deberán:
2.0 Conocer en detalle las Bases del Concurso (en adjunto).
2.1 Elaborar un pequeño texto de 100 palabras como máximo donde den cuenta o presenten un tema. La elección del tema es libre, pero éste deberá atenerse a los requerimientos argumentativos que les detallaré a continuación.
2.2 Exponer durante 5 a 10 minutos el tema escogido (no leer, sino presentar). Dependiendo de las interesadas presentes ese tiempo podrá reducirse y deberán estar preparadas para ello. Luego de cada presentación se permitirán 2 preguntas de parte del público para las cuales contarán con un tiempo acotado de respuesta (1' 30").
2.3 Deliberar, junto al resto de las presentes y luego de todas las presentaciones, sobre las interesadas idóneas para participar en el Torneo. No olvidar que son 6 titulares y 4 reservas las que participan (=10). 3. Requerimientos argumentativos.
3.0 Si bien el tema es de libre elección se recomienda que tenga un asiento relacionado con la actualidad nacional e internacional, pues sobre ello tratarán los debates en la UNAB.
3.1 Requerimiento argumentativo quiere decir que la presentación debe expresar con claridad un acto argumentativo y su intención. Es decir, debe quedar claro que el tema presentado apunta a refutar a alguien, a fundamentar una postura, a explicar una postura, a describirla, a alabar una postura, etc. Sobre los actos argumentativos se presenta una pequeña explicación en el artículo Guía instrumental (en adjunto). Además, les envío un doc. de apoyo que explicita las Habilidades cognitivas presentes en la argumentación. También les puede servir para aclarar lo que es un acto argumentativo y sus formalidades.
3.2 Es importante que el texto y la presentación expresen con claridad la pertenencia a un género retórico determinado:
(Ver en mail)
3.3 Si bien un género condiciona, en parte, el tipo de argumentación y tema a tratar lo importante es notar que se trata de denominaciones genéricas. Por ejemplo, un discurso judicial puede tener como intención argumentativa la negociación en un litigio de fronteras entre países para lo cual intenta convencer a la parte contraria del beneficio mutuo. O bien, uno judicial debe intentar establecer los hechos acerca de un asesinato para acusar a un determinado responsable. Lo que está en juego cuando decimos intención argumentativa es la manera de presentar los datos en una argumentación. Material sobre este tema pueden encontrar en el resumen del Cfg de Retórica que impartimos con Holzapfel en la UChile que adjunto.
4. Muy bien mis estimadas, a trabajar se ha dicho. Sé que el tiempo es poco, pero Uds. saben que en Debate tendrán que trabajar bajo presión.
Saludos cordiales, Gonzalo Montenegro

Publicado por Academia Filosofia en 16:25 0 comentarios  

El jardín de los senderos que se bifurcan

viernes, 23 de mayo de 2008

A raíz de la exposición de nuestro profesor es que nos fue recomendada esta lectura de Borges y es por eso que la dejo a su total disposición. Espero la disfruten...

El jardín de los senderos que se bifurcan



En la página 22 de la Historia de la Guerra Europea, de Liddell Hart, se lee que una
ofensiva de trece divisiones británicas (apoyadas por mil cuatrocientas piezas de artillería)
contra la línea SerreMontauban había sido planeada para el veinticuatro de julio de 1916 y
debió postergarse hasta la mañana del día veintinueve. Las lluvias torrenciales (anota el
capitán Liddell Hart) provocaron esa demora -nada significativa, por cierto-. La siguiente
declaración, dictada, releída y firmada por el doctor Yu Tsun, antiguo catedrático de inglés
en la Hochschule de Tsingtao, arroja una insospechada luz sobre el caso. Faltan las dos
páginas iniciales.
«... y colgué el tubo. Inmediatamente después, reconocí la voz que había contestado en
alemán. Era la del capitán Richard Madden. Madden, en el departamento de Viktor
Runeberg, quería decir el fin de nuestros afanes y -pero eso parecía muy secundario, o
debía parecérmelo- también de nuestras vidas. Quería decir que Runeberg había sido
arrestado o asesinado.1 Antes que declinara el sol de ese día, yo correría la misma suerte.
Madden era implacable. Mejor dicho, estaba obligado a ser implacable. Irlandés a las
órdenes de Inglaterra, hombre acusado de tibieza y tal vez de traición ¿cómo no iba a
abrazar y agradecer este milagroso favor: el descubrimiento, la captura, quizá la, muerte,
de dos agentes del Imperio alemán? Subí a mi cuarto; absurdamente cerré la puerta con
llave y me tiré de espaldas en la estrecha cama de hierro. En la ventana estaban los
tejados de siempre y el sol nublado de las seis. Me pareció increíble que ese día sin
premoniciones ni símbolos fuera el de mi muerte implacable. A pesar de mi padre muerto,
a pesar de haber sido un niño en un simétrico jardín de Ha¡ Feng ¿yo, ahora, iba a morir?
Después reflexioné que todas las cosas le suceden a uno precisamente, precisamente
ahora. Siglos de siglos y sólo en el presente ocurren los hechos; innumerables hombres
en el aire, en la tierra y el mar, y todo lo que realmente pasa me pasa a mí... El casi
intolerable recuerdo del rostro acaballado de Madden abolió esas divagaciones. En mitad
de mi odio y de mi terror (ahora no me importa hablar de terror: ahora que he burlado a
Richard Madden, ahora que mi garganta anhela la cuerda) Pênsé que ese guerrero
tumultuoso y sin duda feliz no sospechaba que yo poseía el Secreto. El nombre del preciso
lugar del nuevo parque de artillería británico sobre el Ancre. Un pájaro rayó el cielo gris y
ciegamente lo traduje en un aeroplano y a ese aeroplano en muchos (en el cielo francés)
aniquilando el parque de artillería con bombas verticales. Si mi boca, antes que la
deshiciera un balazo, pudiera gritar ese nombre de modo que lo oyeran en Alemania... Mi
voz humana era muy pobre. ¿Cómo hacerla llegar al oído del Jefe? Al oído de aquel
hombre enfermo y odioso, que no sabía de Runeberg y de mí sino que estábamos en

1 Hipótesis odiosa y estrafalaria. El espía prusiano Hans Rabener alias Viktor Runeberg agredió con una pistola automática
al portador de la orden de arresto, capitán Richard Madden. Éste, en defensa propia, le causó heridas que determinaron su
muerte.


(Nota del Editor.)

Staffordshire y que en vano esperaba noticias nuestras en su árida oficina de Berlín,
examinando infinitamente periódicos... Dije en voz alta: «Debo huir». Me incorporé sin
ruido, en una inútil perfección de silencio, como si Madden ya estuviera acechándome.
Algo -tal vez la mera ostentación de probar que mis recursos eran nulos- me hizo revisar
mis bolsillos. Encontré lo que sabía que iba a encontrar: el reloj norteamericano, la
cadena de níquel y la moneda cuadrangular, el llavero con las comprometedoras llaves
inútiles del departamento de Runeberg, la libreta, una carta que resolví destruir
inmediatamente (y que no destruí), una corona, dos chelines y unos Pêniques, el lápiz
rojo-azul, el pañuelo, el revólver con una bala. Absurdamente lo empuñé y sopesé para
darme valor. Vagamente Pênsé que un pistoletazo puede oírse muy lejos. En diez minutos
mi plan estaba maduro. La guía telefónica me dio el nombre de la única persona capaz de
transmitir la noticia: vivía en un suburbio de Fenton, a menos de media hora de tren.
»Soy un hombre cobarde. Ahora lo digo, ahora que he llevado a término un plan que
nadie no calificará de arriesgado. Yo sé que fue terrible su ejecución. No lo hice por
Alemania, no. Nada me importa un país bárbaro, que me ha obligado a la abyección de
ser un espía. Además, yo sé de un hombre de Inglaterra -un hombre modesto- que para
mí no es menos que Goethe. Arriba de una hora no hablé con él, pero durante una hora
fue Goethe... Lo hice, porque yo sentía que el jefe temía un poco a los de mi raza -a los
innumerables antepasados que confluyen en mí-. Yo quería probarle que un amarillo podía
salvar a sus ejércitos. Además, yo debía huir del capitán. Sus manos y su voz podían
golpear en cualquier momento a mi puerta. Me vestí sin ruido, me dije adiós en el espejo,
bajé, escudriñé la calle tranquila y salí. La estación no distaba mucho de casa, pero
juzgué preferible tomar un coche. Argüí que así corría menos peligro de ser reconocido; el
hecho es que en la calle desierta me sentía visible y vulnerable, infinitamente. Recuerdo
que le dije al cochero que se detuviera un poco antes de la entrada central. Bajé con
lentitud voluntaria y casi Pênosa; iba a la aldea de Ashgrove, pero saqué un pasaje para
una estación más lejana. El tren salía dentro de muy pocos minutos, a las ocho y
cincuenta. Me apresuré; el próximo saldría a las nueve y media. No había casi nadie en el
andén. Recorrí los coches: recuerdo unos labradores, una enlutada, un joven que leía con
fervor los Anales de Tácito, un soldado herido y feliz. Los coches arrancaron al fin. Un
hombre que reconocí corrió en vano hasta el límite del andén. Era el capitán Richard
Madden. Aniquilado, trémulo, me encogí en la otra punta del sillón, lejos del temido
cristal.
»De esta aniquilación pasé a una felicidad casi abyecta. Me dije que ya estaba
empeñado mi duelo y que yo había ganado el primer asalto, al burlar, siquiera por
cuarenta minutos, siquiera por un favor del azar, el ataque de mi adversario. Argüí que
esa victoria mínima prefiguraba la victoria total. Argüí que no era mínima, ya que sin esa
diferencia preciosa que el horario de trenes me deparaba, yo estaría en la cárcel, o
muerto. Argüí (no menos sofísticamente) que mi felicidad cobarde probaba que yo era
hombre capaz de llevar a buen término la aventura. De esa debilidad saqué fuerzas que
no me abandonaron. Preveo que el hombre se resignará cada día a empresas más
atroces; pronto no habrá sino guerreros y bandoleros; les doy este consejo: "El ejecutor
de una empresa atroz debe imaginar que ya la ha cumplido, debe imponerse un porvenir
que sea irrevocable como el pasado". Así procedí yo, mientras mis ojos de hombre ya
muerto registraban la fluencia de aquel día que era tal vez el último, y la difusión de la
noche. El tren corría con dulzura, entre fresnos. Se detuvo, casi en medio del campo.
Nadie gritó el nombre de la estación. "¿Ashgrove?", les pregunté a unos chicos en el
andén. "Ashgrove", contestaron. Bajé. »Una lámpara ilustraba el andén, pero las caras de
los niños quedaban en la zona de sombra. Uno me interrogó: "¿Usted va a. casa del
doctor Stephen Albert?" Sin aguardar contestación, otro dijo: "La casa queda lejos de
aquí, pero usted no se perderá si toma ese camino a la izquierda y en cada encrucijada
del camino dobla a la izquierda. Les arrojé una moneda (la última), bajé unos escalones
de piedra y entré en el solitario camino. Éste, lentamente, bajaba. Era de tierra elemental,
arriba se confundían las ramas, la luna baja y circular parecía acompañarme.
»Por un instante, Pênsé que Richard Madden había Pênetrado de algún modo mi
desesperado propósito. Muy pronto comprendí que eso era imposible. El consejo de
siempre doblar a la izquierda me recordó que tal era el procedimiento común para
descubrir el patio central de ciertos laberintos. Algo entiendo de laberintos; no en vano
soy bisnieto de aquel Ts'ui Pên, que fue gobernador de Yunnan y que renunció al poder
temporal para escribir una novela que fuera todavía más populosa que el Hung Lu Meng y
para edificar un laberinto en el que se perdieran todos los hombres. Trece años dedicó a
esas heterogéneas fatigas, pero la mano de un forastero lo asesinó y su novela era
insensata y nadie encontró el laberinto. Bajo los árboles ingleses medité en ese laberinto
perdido: lo imaginé inviolado y perfecto en la cumbre secreta de una montaña, lo imaginé
borrado por arrozales o debajo del agua, lo imaginé infinito, no ya de quioscos ochavados
y de sendas que vuelven, sino de ríos y provincias y reinos... Pênsé en un laberinto de
laberintos, en un sinuoso laberinto creciente que abarcara el pasado y el porvenir y que
implicara de algún modo los astros. Absorto en esas ilusorias imágenes, olvidé mi destino
de perseguido. Me sentí, por un tiempo indeterminado, percibidor abstracto del mundo. El
vago y vivo campo, la luna, los restos de la tarde, obraron en mí; asimismo el declive que
eliminaba cualquier posibilidad de cansancio. La tarde era íntima, infinita. El camino
bajaba y se bifurcaba, entre las ya confusas praderas. Una música aguda y como silábica
se aproximaba y se alejaba en el vaivén del viento, empañada de hojas y de distancia.
Pênsé que un hombre puede ser enemigo de otros hombres, de otros momentos de otros
hombres, pero no de un país; no de luciérnagas, palabras, jardines, cursos de agua,
ponientes. Llegué, así, a un alto portón herrumbrado. Entre las rejas descifré una alameda
y una especie de pabellón. Comprendí, de pronto, dos cosas, la primera trivial, la segunda
casi increíble: la música venía del pabellón, la música era china. Por eso, yo la había
aceptado con plenitud, sin prestarle atención. No recuerdo si había una campana o un
timbre o si llamé golpeando las manos. El chisporroteo de la música prosiguió.
»Pero del fondo de la íntima casa un farol se acercaba: un farol que rayaban y a ratos
anulaban los troncos, un farol de papel, que tenía la forma de los tambores y el color de la
luna. Lo traía un hombre alto. No vi su rostro, porque me cegaba la luz. Abrió el portón y
dijo lentamente en mi idioma:
»-Veo que el piadoso Hsi Pêng se empeña en corregir mi soledad. ¿Usted sin duda
querrá ver el jardín?
Reconocí el nombre de uno de nuestros cónsules y repetí desconcertado:
»-¿El jardín?
»-El jardín de senderos que se bifurcan.
»Algo se agitó en mi recuerdo y pronuncié con incomprensible seguridad:
»-El jardín de mi antepasado Ts'ui Pén.
»-¿Su antepasado? ¿Su ilustre antepasado? Adelante.
»El húmedo sendero zigzagueaba como los de mi infancia. Llegamos a una biblioteca de
libros orientales y occidentales. Reconocí, encuadernados en seda amarilla, algunos tomos
manuscritos de la Enciclopedia Perdida que dirigió el Tercer Emperador de la Dinastía
Luminosa y que no se dio nunca a la imprenta. El disco del gramófono giraba junto a un
fénix de bronce. Recuerdo también un jarrón de la familia rosa y otro, anterior de muchos
siglos, de ese color azul que nuestros artífices copiaron de los alfareros de Persia...
» Stephen Albert me observaba, sonriente. Era (ya lo dije) muy alto, de rasgos
afilados, de ojos grises y barba gris. Algo de sacerdote había en él y también de marino;
después me refirió que había sido misionero en Tientsin "antes de aspirar a sinólogo".
»Nos sentamos; yo en un largo y bajo diván; él de espaldas a la ventana y a un alto
reloj circular. Computé que antes de una hora no llegaría mi perseguidor, Richard
Madden. Mi determinación irrevocable podía esperar.
»-Asombroso destino el de Ts'ui Pên -dijo Stephen Albert-. Gobernador de su provincia
natal, docto en astronomía, en astrología y en la interpretación infatigable de los libros
canónicos, ajedrecista, famoso poeta y calígrafo: todo lo abandonó para componer un
libro y un laberinto. Renunció a los placeres de la opresión, de la justicia, del numeroso
lecho, de los banquetes y aun de la erudición, y se enclaustró durante trece años en el
Pabellón de la Límpida Soledad. A su muerte, los herederos no encontraron sino
manuscritos caóticos. La familia, como usted acaso no ignora, quiso adjudicarlos al fuego;
pero su albacea (un monje taoísta o budista) insistió en la publicación.
»-Los de la sangre de Ts'ui Pên -repliqué- seguimos execrando a ese monje. Esa
publicación fue insensata. El libro es un acervo indeciso de borradores contradictorios. Lo
he examinado alguna vez: en el tercer capítulo muere el héroe, en el cuarto está vivo. En
cuanto a la otra empresa de Ts'ui Pên, a su Laberinto...
»-Aquí está el Laberinto -dijo indicándome un alto escritorio laqueado.
»-¡Un laberinto de marfil! -exclamé-. Un laberinto mínimo...
»-Un laberinto de símbolos -corrigió-. Un invisible laberinto de tiempo. A mí, bárbaro
inglés, me ha sido deparado revelar ese misterio diáfano. Al cabo de más de cien años, los
pormenores son irrecuperables, pero no es difícil conjeturar lo que sucedió. Ts'ui Pên diría
una vez: "Me retiro a escribir un libro". Y otra: "Me retiro a construir un laberinto". Todos
imaginaron dos obras; nadie Pensó que libro y laberinto eran un solo objeto. El Pabellón
de la Límpida Soledad se erguía en el centro de un jardín tal vez intrincado; el hecho
puede haber sugerido a los hombres un laberinto físico. Ts’ui Pênmurió; nadie, en las
dilatadas tierras que fueron suyas, dio con el laberinto; la confusión de la novela me
sugirió que ése era el laberinto. Dos circunstancias me dieron la recta solución del
problema. Una: la curiosa leyenda de que Ts’ui Pên se había propuesto un laberinto que
fuera estrictamente infinito. Otra: un fragmento de una carta que descubrí.
» Albert se levantó. Me dio, por unos instantes, la espalda; abrió un cajón del áureo y
renegrido escritorio. Volvió con un papel antes carmesí; ahora rosado y tenue y
cuadriculado. Era justo el renombre caligráfico de Ts'ui Pên. Leí con incomprensión y
fervor estas palabras que con minucioso pincel redactó un hombre de mi sangre: "Dejo a
los varios porvenires (no a todos) mi jardín de senderos que se bifurcan". Devolví en
silencio la hoja. Albert prosiguió:
»-Antes de exhumar esta carta, yo me había preguntado de qué manera un libro puede
ser infinito. No conjeturé otro procedimiento que el de un volumen cíclico, circular. Un
volumen cuya última página fuera idéntica a la primera, con posibilidad de continuar
indefinidamente. Recordé también esa noche que está en el centro de Las mil y una
noches, cuando la reina Shahrazad (por una mágica distracción del copista) se pone a
referir textualmente la historia de Las mil y una noches, con riesgo de llegar otra vez a la
noche en que la refiere, y así hasta lo infinito. Imaginé también una obra platónica,
hereditaria, transmitida de padre a hijo, en la que cada nuevo individuo agregara un
capítulo o corrigiera con piadoso cuidado la página de los mayores. Esas conjeturas me
distrajeron; pero ninguna parecía corresponder, siquiera de un modo remoto, a los
contradictorios capítulos de Ts'ui Pên. En esa perplejidad, me remitieron de Oxford el
manuscrito que usted ha examinado. Me detuve, como es natural, en la frase: "Dejo a los
varios porvenires (no a todos) mi jardín de senderos que se bifurcan". Casi en el acto
comprendí; El jardín de senderos que se bifurcan era la novela caótica; la frase "varios
porvenires (no a todos)" me sugirió la imagen de la bifurcación en el tiempo, no en el
espacio. La relectura general de la obra confirmó esa teoría. En todas las ficciones, cada
vez que un hombre se enfrenta con diversas alternativas, opta por una y elimina las
otras; en la del casi inextricable Ts'ui Pên, opta -simultáneamente- por todas. Crea, así,
diversos porvenires, diversos tiempos, que también proliferan y se bifurcan. De ahí las
contradicciones de la novela. Fang, digamos, tiene un secreto; un desconocido llama a su
puerta; Fang resuelve matarlo. Naturalmente, hay varios desenlaces posibles: Fang puede
matar al intruso, el intruso puede matar a Fang, ambos pueden salvarse, ambos pueden
morir, etcétera. En la obra de Ts'ui Pên, todos los desenlaces ocurren; cada uno es el
punto de partida de otras bifurcaciones. Alguna vez, los senderos de ese laberinto
convergen: por ejemplo, usted llega a esta casa, pero en uno de los pasados posibles
usted es mi enemigo, en otro mi amigo. Si se resigna usted a mi pronunciación incurable,
leeremos unas páginas.
»Su rostro, en el vívido círculo de la lámpara, era sin duda el de un anciano, pero con
algo inquebrantable y aun inmortal. Leyó con lenta precisión dos redacciones de un mismo
capítulo épico. En la primera, un ejército marcha hacia una batalla a través de una
montaña desierta; el horror de las piedras y de la sombra le hace menospreciar la vida y
logra con facilidad la victoria; en la segunda, el mismo ejército atraviesa un palacio en el
que hay una fiesta; la resplandeciente batalla les parece una continuación de la fiesta y
logran la victoria. Yo oía con decente veneración esas viejas ficciones, acaso menos
admirables que el hecho de que las hubiera ideado mi sangre y de que un hombre de un
imperio remoto me las restituyera, en el curso de una desesperada aventura, en una isla
occidental.
Recuerdo las palabras finales, repetidas en cada redacción como un mandamiento
secreto: "Así combatieron los héroes, tranquilo el admirable corazón, violenta la espada,
resignados a matar y a morir".
»Desde ese instante, sentí a mi alrededor y en mi oscuro cuerpo una invisible,
intangible pululación. No la pululación de los divergentes, paralelos y finalmente
coalescentes ejércitos, sino una agitación más inaccesible, más intima y que ellos de
algún modo prefiguraban. Stephen Albert prosiguió:
»-No creo que su ilustre antepasado jugara ociosamente a las variaciones. No juzgo
verosímil que sacrificara trece años a la infinita ejecución de un experimento retórico. En
su país, la novela es un género subalterno; en aquel tiempo era un género despreciable.
Ts’ui Pên fue un novelista genial, pero también fue un hombre de letras que sin duda no
se consideró un mero novelista. El testimonio de sus contemporáneos proclamaba -y
harto lo confirma su vida- sus aficiones metafísicas, místicas. La controversia filosófica
usurpa buena parte de su novela. Sé que de todos los problemas, ninguno lo inquietó y lo
trabajó como el abismal problema del tiempo. Ahora bien, ése es el único problema que
no figura en las páginas del Jardín. Ni siquiera usa la palabra que quiere decir tiempo.
¿Cómo se explica usted esa voluntaria omisión?
»Propuse varias soluciones; todas, insuficientes. Las discutimos; al fin, Stepheri Albert
me dijo:
»-En una adivinanza cuyo tema es el ajedrez ¿cuál es la única palabra prohibida?
»Reflexioné un momento y repuse:
»-La palabra ajedrez.
»-Precisamente -dijo Albert-, El jardín de senderos que se bifurcan es una enorme
adivinanza, o parábola, cuyo tema es el tiempo; esa causa recóndita le prohíbe la
mención de su nombre. Omitir siempre una palabra, recurrir a metáforas ineptas y a
perífrasis evidentes, es quizá el modo más enfático de indicarla. Es el modo tortuoso que
prefirió, en cada uno de los meandros de su infatigable novela, el oblicuo Ts'ui Pên. He
confrontado centenares de manuscritos, he corregido los errores que la negligencia de los
copistas ha introducido, he conjeturado el plan de ese caos, he restablecido, he creído
restablecer el orden primordial, he traducido la obra entera: me consta que no emplea
una sola vez la palabra tiempo. La explicación es obvia: El jardín de senderos que se
bifurcan es una imagen incompleta, pero no falsa, del universo tal como lo concebía Ts'ui
Pên. A diferencia de Newton y de Schopenhauer, su antepasado no creía en un tiempo
uniforme, absoluto. Creía en infinitas series de tiempos, en una red creciente y vertiginosa
de tiempos divergentes, convergentes y paralelos. Esa trama de tiempos que se
aproximan, se bifurcan, se cortan o que secularmente se ignoran, abarca todas las
posibilidades. No existimos en la mayoría de esos tiempos; en algunos existe usted y no
yo; en otros, yo, no usted; en otros, los dos. En éste, que un favorable azar me depara,
usted ha llegado a mi casa; en otro, usted, al atravesar el jardín, me ha encontrado
muerto; en otro, yo digo estas mismas palabras, pero soy un error, un fantasma.
»-En todos -articulé no sin un temblor- yo agradezco y venero su recreación del jardín
de Ts'ui Pên.
»-No en todos -murmuró con una sonrisa-. El tiempo se bifurca perpetuamente hacia
innumerables futuros. En uno de ellos soy su enemigo.
»Volví a sentir esa pululación de que hablé. Me pareció que el húmedo jardín que
rodeaba la casa estaba saturado hasta lo infinito de invisibles personas. Esas personas
eran Albert y yo, secretos, atareados y multiformes en otras dimensiones de tiempo. Alcé
los ojos y la tenue pesadilla se disipó. En el amarillo y negro jardín había un solo hombre;
pero ese hombre era fuerte como una estatua, pero ese hombre avanzaba por el sendero
y era el capitán Richard Madden.
»-El porvenir ya existe -respondí-, pero yo soy su amigo. ¿Puedo examinar de nuevo la
carta?
»Albert se levantó. Alto, abrió el cajón del alto escritorio; me dio por un momento la
espalda. Yo había preparado el revólver. Disparé con sumo cuidado: Albert se desplomó
sin una queja, inmediatamente. Yo juro que su muerte fue instantánea: una fulminación.
» Lo demás es irreal, insignificante. Madden irrumpió, me arrestó. He sido condenado a la
horca. Abominablemente he vencido: he comunicado a Berlín el secreto nombre de la
ciudad que deben atacar. Ayer la bombardearon; lo leí en los mismos periódicos que
propusieron a Inglaterra el enigma de que el sabio sinólogo Stephen Albert muriera
asesinado por un desconocido, Yá Tsun. El jefe ha descifrado ese enigma. Sabe que mi
problema era indicar (a través del estrépito de la guerra) la ciudad que se llama Albert y
que no hallé otro medio que matar a una persona de ese nombre. No sabe (nadie puede
saber) mi innumerable contrición y cansancio.»

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VISITA AL PLANETARIO

El Viernes 16 de Mayo alumnas de la Academia de Filosofía visitaron el Planetario de Santiago para asistir al Programa titulado "Cero, un Viaje al Principio de Todo". Con motivo de dicha visita comienza la reflexión cosmológica y metafísica en la Academia - concentrada durante Abril y Mayo en cuestiones éticas y morales. Fundamental será la discusión respecto de problemáticas como el origen del universo, la creación, el tiempo, la materia, la nada o el principio antrópico. Para guiar la discusión se ha dispuesto de la lectura y análisis de la obra "La historia más bella del mundo" en la que Hubert Reeves dedica un capítulo a la dilucidación de los problemas más acuciantes en relación al Universo.

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Sesión 28 de Mayo

1. Informaciones relativas a actualidad, cartelera cultural y mural.
2. Definición de tares de escritura (cuentos o ensayos)
3. Diálogo en torno al texto 'El Universo' de Hubert Reeves incluido en el libro "La historia más bella del mundo". El texto se encuentra disponible en el mail de la Academia
4. Planificación de tareas concernientes a la preparación para DEBATE.

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Deleuze: la inquietante sombra de Leibniz

miércoles, 14 de mayo de 2008

Por Gonzalo Montenegro
Un poco más de un par de siglos nos separan de Leibniz (1646-1716), el gran filósofo matemático del siglo XVII. Por lo mismo, son muchas las interpretaciones que conoce su obra. Desde los '80 gracias al desentierro de su pensamiento de la relación, efectuado por Christine Frèmont y Michel Sérres, la interpretación de Leibniz experimenta un vuelco sorprendente: se lo deja de pensar como la sombra de Descartes y se lo proyecta a la luz de las transformaciones de la filosofía contemporánea. Leibniz se convierte en el pensador del pliegue y de paso en un cultor virtuoso de la complejidad. Un actor importante en esta transformación es Gilles Deleuze. Su obra Le pli presenta con una radicalidad impresionante la transformación de la mirada hacia Leibniz. Algunas consecuencias de esta transformación las ha pensado Frémont en su reciente obra dedicada a Leibniz (Singularités, individus et relations dans la philosophie de Leibniz).
Deleuze estima que la creación del mundo de acuerdo a como la piensa Leibniz requiere plantear una instancia previa a la imaginación de todos los mundos posibles que Dios habría realizado antes de dar vida a este mundo. Dicha instancia es la que permite, en efecto, componer cada uno de los mundos para que sean éstos pensables y, por ello, posibles. Un mundo es pensable, así, si es composible. Por la misma razón cree Deleuze que entre los infinitos acontecimientos pensables persisten una incomposibilidad salvaje que es la que separa a unos de otros y los hace producir en cada caso mundos distintos. Gran descubirimiento: Deleuze da con una filosofía del acontecimiento en Leibniz. Acontecimiento es la instancia de bifurcación entre mundos incomposibles. Ahora bien, el pensador francés da un paso más allá: asentado en la ficción de Borges, El jardín de los senderos que se bifurcan, se pregunta si de renunciar a la hipótesis de un Dios creador que elige entre los mundos posibles el mejor de ellos, no será preciso también sostener que todos los mundos posibles pueden cobrar existencia efectiva.
Las consecuencias de dicha hipótesis amenazan la constitución del mundo, su orden y organización. Es como si el mundo no pudiera si quiera ser pensado ¿Como ha de haber un mundo si las substancias (o mónadas) que le componen pueden ser muchas a la vez, si el acontecimiento amenaza con desencadenar la constitución serial del mundo y de cada mónada?
De la incomposibilidad al esquizoanálisis hay un paso imperceptible, de ella a su pensamiento de la vida también, de ella a su política, indudablemente. Cuando en su última carta dirigida a Foucault se pregunta por el dividuo como sujeto propio de nuestra época, Deleuze no está sino declarando con un gesto extraño y hasta incomprensible una política leibniziana, una política para nuestra época. El socius no genera ya individuos disciplinados el interior de una institución como pensaba Foucault, el socius no cesa en un trance ezquizofrénico de hacernos muchos, de ponernos a producir una infinidad de mundos posibles.
En los bordes de una tradición esotérica a veces comprendida a la luz del cartesianismo, otras por la matemática contemporánea, Deleuze revitaliza el planteamiento de Leibniz para convertirlo en la más extravagante aventura por pensar nuestra época y las condiciones que para ella hacen posible una experiencia. Un juego de espejos para ser muchos, he ahí la naturaleza del (los) mundo (s) que nos habitan.

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