Un poco más de un par de siglos nos separan de Leibniz (1646-1716), el gran filósofo matemático del siglo XVII. Por lo mismo, son muchas las interpretaciones que conoce su obra. Desde los '80 gracias al desentierro de su pensamiento de la relación, efectuado por Christine Frèmont y Michel Sérres, la interpretación de Leibniz experimenta un vuelco sorprendente: se lo deja de pensar como la sombra de Descartes y se lo proyecta a la luz de las transformaciones de la filosofía contemporánea. Leibniz se convierte en el pensador del pliegue y de paso en un cultor virtuoso de la complejidad. Un actor importante en esta transformación es Gilles Deleuze. Su obra Le pli presenta con una radicalidad impresionante la transformación de la mirada hacia Leibniz. Algunas consecuencias de esta transformación las ha pensado Frémont en su reciente obra dedicada a Leibniz (Singularités, individus et relations dans la philosophie de Leibniz).
Deleuze estima que la creación del mundo de acuerdo a como la piensa Leibniz requiere plantear una instancia previa a la imaginación de todos los mundos posibles que Dios habría realizado antes de dar vida a este mundo. Dicha instancia es la que permite, en efecto, componer cada uno de los mundos para que sean éstos pensables y, por ello, posibles. Un mundo es pensable, así, si es composible. Por la misma razón cree Deleuze que entre los infinitos acontecimientos pensables persisten una incomposibilidad salvaje que es la que separa a unos de otros y los hace producir en cada caso mundos distintos. Gran descubirimiento: Deleuze da con una filosofía del acontecimiento en Leibniz. Acontecimiento es la instancia de bifurcación entre mundos incomposibles. Ahora bien, el pensador francés da un paso más allá: asentado en la ficción de Borges, El jardín de los senderos que se bifurcan, se pregunta si de renunciar a la hipótesis de un Dios creador que elige entre los mundos posibles el mejor de ellos, no será preciso también sostener que todos los mundos posibles pueden cobrar existencia efectiva.
Las consecuencias de dicha hipótesis amenazan la constitución del mundo, su orden y organización. Es como si el mundo no pudiera si quiera ser pensado ¿Como ha de haber un mundo si las substancias (o mónadas) que le componen pueden ser muchas a la vez, si el acontecimiento amenaza con desencadenar la constitución serial del mundo y de cada mónada?
De la incomposibilidad al esquizoanálisis hay un paso imperceptible, de ella a su pensamiento de la vida también, de ella a su política, indudablemente. Cuando en su última carta dirigida a Foucault se pregunta por el dividuo como sujeto propio de nuestra época, Deleuze no está sino declarando con un gesto extraño y hasta incomprensible una política leibniziana, una política para nuestra época. El socius no genera ya individuos disciplinados el interior de una institución como pensaba Foucault, el socius no cesa en un trance ezquizofrénico de hacernos muchos, de ponernos a producir una infinidad de mundos posibles.
En los bordes de una tradición esotérica a veces comprendida a la luz del cartesianismo, otras por la matemática contemporánea, Deleuze revitaliza el planteamiento de Leibniz para convertirlo en la más extravagante aventura por pensar nuestra época y las condiciones que para ella hacen posible una experiencia. Un juego de espejos para ser muchos, he ahí la naturaleza del (los) mundo (s) que nos habitan.
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